RELATO BREVE - Calles de Fortunaterra
Era de noche y una
fina lluvia caía incesante sobre los estrechos callejones de los suburbios de
Nova. En uno de esos callejones, se encontraba un mendigo que, huyendo de la
lluvia, se cobijó debajo de un balcón y se dispuso a comer el único pedazo de bocadillo que había logrado
conseguir aquel día. Era el único
momento feliz de aquel hombre en mucho tiempo…
Sin embargo, la
felicidad duró poco. Apenas había dado el segundo bocado cuando dos hombres a
la carrera pasaron a su lado haciendo saltar por los aires los charcos de los
alrededores. El pobre mendigo miró con tristeza las sucias gotas de agua que
resbalaban por su bocadillo.
Mientras el mendigo
perdía su mirada en la tristeza, los dos hombres desaparecieron al tomar la
esquina del edificio. La carrera dejaba tras ellos un olor a sangre que llegó
hasta las fosas nasales de nuestro infeliz mendigo. Sangre, muerte,
destrucción, sueño, realidad… Todo esto inspiraba la carrera funesta de ambos.
El último de los
hombres que desapareció detrás del edificio era un veterano cazador elfo venido
a menos que, sin embargo, era admirado y temido entre los suyos.
La persecución
cesó. Nada más pisar el callejón sin salida al que daba a parar el siniestro
giro de la trayectoria que había seguido persiguiendo a aquel chico, el
reputado cazador sintió un fuerte impacto en el pecho seguido de un espantoso
dolor. “Mierda, está armado”, pensó “Si no fuera por mi armadura de malla élfica
ahora mi cuerpo yacería en el suelo” Miró al muchacho a la cara y vio su
fría sonrisa y su gesto descompuesto. No había salida. El muchacho estaba
acorralado y, aun así, su fría sonrisa no cesaba…
“Hoy no moriré, Laurentia. Hoy no… Hoy no. No. No. No. No.” y
mientras este pensamiento cruzaba la mente del cazador, su mano dispuso, en un
tiempo imperceptible para el ojo humano, una afilada daga plateada en la sien
del joven. Sin embargo, el chico no movió un ápice de su cuerpo y su rostro
permanecía impertérrito. Su helada sonrisa seguía intacta.
-No sé qué te hace
tanta gracia. No tienes escapatoria, así que, hazte un favor y entrégame el
pergamino, si aprecias tu vida - la voz ronca y profunda del cazador se dirigió
solemne al chico.
- ¿Has amado
alguna vez? – respondió el inhumano joven.
- ¿Cómo?
-Te pregunto que
si has amado alguna vez.
Inmediatamente después
de volver a formular la desconcertante pregunta, el joven comenzó a vibrar incesantemente,
los ojos se cubrieron de un líquido viscoso de color blanco mientras parecían
danzar sobre sí mismos y una serie de fluctuaciones de energía le rodeaban
cambiando intermitentemente de color. De repente, una de esas fluctuaciones
alcanzó a la daga plateada haciendo que ésta ardiera y después sobreviniera un
sonido estruendoso y ensordecedor. Todos los ventanales del edificio y los
vidrios de las farolas reventaron, quedando el callejón sumido en la más
profunda oscuridad.
Reclinado sobre la pared del edificio y con las manos
protegiendo sus oídos, el cazador, intentando reponerse de los impactos de los
vidrios sobre su cuerpo, vislumbró algo en la oscuridad aunque ya no sentía la
presencia de nadie. Su vida en la Región Forestal era mucho más sencilla. Allí,
al menos todos sabían su nombre.
El reflejo de la
luna hacía que algo brillase intensamente a sus pies. Abrió un frasco del amanecer rápidamente para ver
con claridad su entorno. El ahora frío filo de la daga chocó contra su pie
izquierdo. Al mirarlo, el mercenario sólo pudo pensar en la sonrisa del joven
y, al cabo de uno segundos, se dijo para sí: “No era una simple rata. No era un colono. Asqueroso adepto, querías
ensuciar su nombre. Laurentia… Laurentia… He de irme de aquí…”
El cazador, sumido
en sus pensamientos, volvió sobre sus pasos y vio que bajo el balcón seguía
aquella sombra que no logró ver antes. Así, arrojó una bolsa de cincuenta
monedas justo donde ella estaba. Miró al pobre diablo a la cara el cual, a pesar
de todo el escándalo del callejón de la esquina, no retiraba la mirada de un
asqueroso sándwich.
-Ve al Mesón
del Kayser con esta bolsa y di que vas de parte de Janvier.
El mendigo, sin decir ni una sola palabra se arrastró hasta la bolsa mientras miraba como se alejaba su benefactor
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